Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía nadar, que no sabía bucear, ni que tampoco sabía escalar, se había presentado voluntario a la expedición para descubrir paraísos ocultos en África, nadie le había obligado a emprender esta aventura, nunca mencionó su incapacidad, ni tan siquiera cuando nos vimos por primera vez en la pista de aterrizaje en Lesoto.
Aunque, lo cierto es, que no fue necesario que lo verbalizara, al verlo bajar del avión y coger su silla de ruedas todos supusimos que no era la persona que creíamos. Y efectivamente no lo era. A diferencia de nosotros, su capacidad de lucha no tenía límites.